Almacenar alimentos fermentados a largo plazo exige algo más que un rincón fresco en tu cocina. Para que tus creaciones se mantengan seguras y deliciosas, necesitas dominar estas reglas de oro:
1. Elige el recipiente (y la tapa) perfectos
Opta por tarros o recipientes de cristal o cerámica, limpios y esterilizados, con tapas herméticas. El cristal no es reactivo y no interferirá ni con el proceso de fermentación ni con los sabores. Una tapa hermética es crucial para mantener a raya a los insectos y evitar la entrada de aire, que podría provocar la aparición de moho en la superficie. Evita los recipientes o tapas de metal, ya que pueden corroerse con el tiempo y afectar negativamente al sabor y la seguridad de tus fermentos. Si usas cerámica, asegúrate de que esté esmaltada y no sea porosa para impedir la absorción de sabores o bacterias.
2. Inmersión total: la regla de oro contra el moho
Asegúrate de que tus fermentos estén completamente sumergidos en su salmuera o líquido. Esto evita la exposición al aire, que puede provocar moho y deterioro. Un entorno anaeróbico (sin aire) es vital para preservar la calidad de tu fermento. Utiliza pesas de fermentación, preferiblemente de cristal, para mantener las verduras u otros ingredientes sumergidos. Las pesas de mayor gramaje son ideales, sobre todo para las verduras más robustas. Si no tienes pesas específicas, puedes usar un objeto limpio y pesado, pero asegúrate de que no reaccione con la salmuera.
3. El refugio ideal: fresco, oscuro y estable
Guarda tus fermentos en un lugar fresco y oscuro, como una despensa, una bodega o un armario. Las temperaturas frescas y constantes ralentizan el proceso de fermentación y ayudan a prolongar la vida útil de tus creaciones. Las fluctuaciones de temperatura pueden alterar la fermentación y provocar que se echen a perder. Evita colocar los tarros bajo la luz directa del sol o cerca de fuentes de calor.
4. La nevera: tu aliada para la conservación a largo plazo
Una vez que tu fermento haya alcanzado el punto de fermentación deseado, traslada los tarros a la nevera. Las bajas temperaturas ralentizan significativamente el proceso, lo que ayuda a que tus fermentos duren meses o incluso años. La nevera mantendrá los sabores estables y evitará una fermentación excesiva.
5. Etiqueta y fecha: no confíes en tu memoria
Etiqueta cada tarro con el tipo de fermento y la fecha de inicio. Esto te ayudará a llevar un control del tiempo que lleva almacenado y a supervisar su estado. Utiliza etiquetas resistentes al agua o rotuladores permanentes para que la información se mantenga legible.
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6. Inspección periódica: vigila tus tesoros
Inspecciona tus fermentos periódicamente en busca de signos de moho, malos olores u otros problemas. El moho puede aparecer como una sustancia blanca y vellosa en la superficie. Si ves moho o si el fermento huele desagradablemente agrio o raro, lo mejor es desechar el lote. Las revisiones regulares son especialmente importantes si almacenas los fermentos a temperatura ambiente para detectar cualquier posible problema a tiempo.
7. Cuidado con el metal: el enemigo silencioso
Para evitar la corrosión, utiliza tapas de plástico o coloca papel de horno entre el fermento y las tapas metálicas. Las tapas de metal pueden reaccionar con el contenido ácido del fermento, afectando al sabor y a la seguridad. Usar tapas de plástico o cristal garantiza un entorno neutro y preserva la calidad de tu creación.
8. La salmuera perfecta: la ciencia de la seguridad
La concentración de sal adecuada es esencial para crear un entorno seguro para la fermentación y prevenir el deterioro. Generalmente, se recomienda una solución de salmuera al 2%. Por ejemplo, para 1 kg de ingredientes, utiliza aproximadamente 20 gramos de sal. Ajusta la concentración según la temperatura: auméntala en climas más cálidos para ralentizar la fermentación y redúcela en los meses más fríos para no inhibir en exceso a los microorganismos. Mide siempre la sal con precisión para mantener la consistencia y la seguridad.
9. Congelar: el último recurso para una vida útil extrema
Algunos fermentos, como el chucrut o el kimchi, se pueden congelar para un almacenamiento a muy largo plazo. La congelación es una buena opción si quieres conservar tus fermentos durante meses o años. Sin embargo, puede alterar la textura del fermento, por lo que es más adecuado para platos donde la textura no sea tan importante. Para obtener los mejores resultados, congela en recipientes herméticos o bolsas de congelación para evitar quemaduras por frío.
10. Piensa en pequeño: la ventaja de los lotes reducidos
Prepara y almacena tus fermentos en tarros o recipientes más pequeños. Los lotes más pequeños minimizan el riesgo de contaminación cada vez que abres un tarro y facilitan el control y el consumo del fermento en un plazo de tiempo razonable. Este enfoque también te permite tener más variedad si quieres experimentar con diferentes sabores o tipos de fermentos.
11. Gestión de gases: airlocks o el "eructo" manual
Si estás fermentando a temperatura ambiente, considera usar airlocks para gestionar la acumulación de gas. Los airlocks permiten que los gases producidos durante la fermentación escapen mientras impiden la entrada de aire, reduciendo el riesgo de deterioro. Como alternativa, si no tienes airlocks, puedes "hacer eructar" los tarros aflojando brevemente las tapas para liberar la presión del gas y volviéndolas a cerrar rápidamente. Esto ayuda a evitar la acumulación de presión y la posible rotura del tarro.
Si sigues estas directrices, podrás fermentar y conservar tus creaciones caseras con la confianza de un maestro, asegurando que se mantengan seguras, sabrosas y listas para disfrutar durante mucho tiempo.